La medición del ritmo cardíaco es la forma más asequible de disponer de una medida del esfuerzo realizado. Por ello continúa siendo popular el uso del pulsómetro para tener una referencia del nivel de intensidad de nuestras pedaladas. Sin embargo, su uso ha tenido el peaje histórico de la necesidad de usar la cinta pectoral, insufrible para muchos. Ahora, los sensores ópticos parecen ser ya la alternativa.
Desde mediados de los años 80, cuando comenzaron a aparecer los primeros dispositivos portátiles de medición de la frecuencia cardíaca, las pulsaciones se convirtieron en una útil herramienta para conocer la intensidad del esfuerzo realizado durante las actividades deportivas, ciclismo incluido.
Con el paso de los años, esta forma de cuantificar la intensidad fue abaratándose, miniaturizándose hasta estar al alcance de no sólo los deportistas de competición, como sucedía en sus inicios, sino prácticamente de cualquier deportista.
Pese a la democratización de los medidores de potencia en el ciclismo, las pulsaciones siguen siendo de uso mayoritario. Incluso quienes utilizan la potencia como referente siguen consultando las pulsaciones como referencia de cómo impactan los entrenamientos en el organismo y el cuerpo asimila los esfuerzos.
Sin embargo, todo ello no acabó con uno de los elementos indispensables para la medición, la cinta pectoral capaz de detectar los impulsos eléctricos producidos por el corazón y transformar esta información en los datos de latidos por minuto que se transmitían al reloj o ciclocomputador para mostrarlos en la pantalla.
Un artilugio que muchos han encontrado desde siempre como tremendamente incómodo a la hora de realizar actividad física pese a que los modelos actuales cuentan con cintas elásticas totalmente adaptables y no necesitan ir tan apretadas para cumplir su función como ocurría con los modelos primigenios.
Aparte del aspecto de la comodidad las cintas y los sensores de las mismas siempre se han visto aquejados de una escasa durabilidad debido a su clara exposición al sudor generado por la actividad física que acababa superando cualquier sello y dañando la electrónica, por muchos cuidados que tuviéramos con ellos.
De unos años para aquí, con la generalización de los relojes inteligentes y los modelos deportivos diseñados específicamente para el running o el triatlón, comenzó a introducirse la medición óptica del ritmo cardíaco. Un sistema basado en un led que traspasa la piel, iluminando los vasos sanguíneos de forma que un sensor es capaz de detectar la variación de volumen en los mismos que se produce con cada latido del corazón. Tecnología que también es usada para poder medir la saturación de oxígeno en sangre.
Pese a que en el campo de la medicina este tipo de medición es ampliamente usada, a nivel deportivo en sus inicios planteaba bastantes problemas de precisión, arrojando en los modelos iniciales en muchos casos información errática al depender de diversos factores, desde el tono de la piel, si se coloca en una zona con vello o el sudor producido durante el ejercicio. También la colocación del sensor que debía estar muy ceñido a la piel para obtener lecturas fiables.
Con el paso de los años, estos sensores han ido evolucionando, apareciendo, además de los presentes en los relojes deportivos que obtienen sus datos directamente de la muñeca, sensores tipo brazalete en sustitución de las tradicionales cintas de pulso.
También ha ido mejorando la precisión de los sensores para hacerlos menos sensibles a las condiciones que mencionábamos antes, usando distintas frecuencias de luz en sus leds y mediante un software de interpretación de las señales más evolucionado.
En la actualidad, la mayoría de los sensores ópticos son capaces de lograr una precisión muy cercana a la que ofrecen las cintas tradicionales lo que, para la mayoría de los usos suele ser suficiente. Únicamente aquellos que realicen un entrenamiento más específico podrían echar de menos mayor precisión a la hora de realizar intervalos, pero, seamos realistas, este tipo de ciclista seguramente ya esté utilizando medición por potencia para sus entrenos.
Es por ello que los sensores ópticos van relegando poco a poco en el mercado a las cintas de pecho tradicionales, de hecho, en marcas como Wahoo sus cintas de pecho aparecen desde hace tiempo como fuera de stock, sin visos de que vayan a volver a estar disponibles.
Aparte de todos los modelos de relojes deportivos y smartwatches del mercado, varias son las marcas que han lanzado sensores tipo brazalete que, mediante las habituales conexiones ANT+ o Bluetooth podemos enlazar con nuestro ciclocomputador para contar con el dato de frecuencia cardíaca. Estos son algunos de los más populares.
Polar Verity Sense
Cuenta con 6 leds para mayor precisión además de tres modos de funcionamiento que añaden a la lectura normal un modo de funcionamiento en piscina y otro modo de grabación en memoria interna en el que los datos se van almacenando para ser descargados más tarde. Únicamente usa transmisión Bluetooth por lo que puede no ser compatible con todos los ciclocomputadores. Todo ello en un dispositivo de apenas 5 g de peso que cuenta con un precio de 99 €.
Wahoo Tickr Fit
Esta banda está diseñada para colocarse en el antebrazo en vez de a modo de brazalete en la zona del biceps, quizás una colocación menos práctica para montar en bici. Cuenta con una batería recargable que aporta hasta 30 horas de duración y un precio de 79,99 €.
Coros HR
Diseño minimalista con una carcasa de su sensor que evita cualquier luz externa de forma que la medición no se pueda ver interferida por esta causa. Únicamente cuenta con transmisión de datos Bluetooth, lo que tendremos que tener en cuenta a la hora de establecer la compatibilidad con nuestro ciclocomputador. Tiene un precio de 79 €.
TwoNav Sensor de frecuencia cardíaca brazo
Pensado para colocarse en el antebrazo, dispone de transmisión ANT+ y Bluetooth por lo que es compatible con prácticamente todos los dispositivos del mercado. Cuenta con un precio de 47,20 €
Fuente: www.brujulabike.com